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terça-feira, 22 de julho de 2014

Historia de un campamiento (español)

Historia de un campamiento

Desde pequeño tuve la tendencia de rechazar a las mujeres y por el contrario me encantaba mirar a los chicos de mi curso, especialmente los días de gimnasia en las duchas. Lo que voy a relatar ocurrió hace aproximadamente 3 años, cuando yo tenia 16. Fue en un paseo de verano. Recuerdo que la noche en el campamento era silenciosa y absolutamente despejada; agradable, por lo demás. 

Había un chico que me quitaba el sueño. Se llamaba Felipe, tenia 2 años menos que yo. Era precioso, pelo castaño muy claro (casi rubio), ojos claros, no muy alto y de características físicas, todavía, muy de niño. Recuerdo que mi sueño era verlo desnudo, nada más. 

Siempre buscaba momentos para acercarme a él, cuando nos bañabamos en el lago, cuando estábamos cerca de la fogata, cuando en los momentos libres nos ibamos a la carpa, en fin, todo el tiempo... pero siempre con disimulo. En ese entonces nadie sabía de mis tendencias y yo no tenía el menor interés de que alguien se enterara. Un día, después de almuerzo, recuerdo que yo volvía de la letrina, cuando de pronto a lo lejos lo divisé; por suerte el no me vió. Me escondí tras unos matorrales que por ahí habían y me quede observándolo. Se dirigía a la letrina también, supuse al ver que llevaba un papel higiénico en la mano (quizá se iba a masturbar pensé luego), cualquiera de las dos ideas me producía un inmenso-intenso revoloteo hormonal. 

Pasó cerca de mí sin verme. Lo seguí, siempre acechando. Él se fue alejando por el borde del lago. Se dirigía al bosque que estaba a unos 300 mts. del campamento. Yo en cambio me fui por un plano superior, que terminaba en una quebrada que llegaba justo a la pequeña playa que se encontraba en la orilla del lago. De sólo pensar lo que podría ocurrir me comencé a calentar. De pronto se detuvo. Yo también y me escondí. Ví como Felipe examinaba el terreno cerciorándose de que nadie pudiera ser testigo de lo que iba a suceder. Cuando estuvo seguro de que el terreno estaba libre se bajó pantalones y calzoncillos, ambos de una sola vez. Era la primera vez que veía su hermoza verga. Era bello, muy pequeñito, muy blanco (demasiado me pareció), y con muy poco vello sobre su base. Mi excitación se había convertido en una incontrolable erección. 

El se comenzó a masturbar, aún cuando todavía no la tenía parada. Yo casi reviento. 

Era un verdadero éxtasis el estar ahí presenciando aquello. Me tuve que autocontrolar al máximo. De pronto se volteó y me dió la espalda; pude de esa manera ver sus nalgitas que eran blanquísimas, más aún que su miembro. A pesar de que unos 10 mts. nos sepearaban yo me sentía como si estuviera a su lado. La idea de acercarme fue rápidamente desechada por miedo al rechazo al sentirse descubierto. 

Esperé a que él eyaculara, para luego hacerlo yo. Se limpio, me limpié y volvió al lugar con los otros chicos. Yo lo hice un rato después. Esa fue mi primera experiencia sexual con Felipe, mi sueño de verlo desnudo se había cumplido, pero sin lugar a dudas, y pensándolo con la mente más fría,... fue demasiado poco. Decidí intentar algo más. 

Esa misma noche, después de comer, lo invité a conversar a un lugar un poco alejado del campamento, debajo de un árbol al cual solía ir cuando quería estar solo. Aceptó. Al llegar a los pies del árbol, que estaba rodeado por una enorme llanura cubierta de pasto, nos tiramos al suelo y conversamos durante un rato. Los dos estábamos acostados, uno al lado del otro, mirando las estrellas. De pronto le pregunté si le molestaba que apoyara mi cabeza en una de sus piernas. Felipe no se negó y eso hice, apoye mi cabeza sobre su muslo derecho. Yo estaba un poco nervioso pero muy excitado de poder estar tan cerca de su pene. Siguió normalmente la conversación hasta que de pronto en un movimiento programado que hice para poner mis manos debajo de mi cabeza, pude notar su erección, al rozar mi mano contra su pene. Él hizo un movimiento que demostró incomodidad, pero para cuando trato de reacacionar mi mano ya se había posado sobre aquel bultito tan codiciado por mí. A pesar de estar por sobre el pantalón pude sentir la tibiesa que irradiaba y que parecía quemarme la mano. Comencé a sobarlo muy suavemente. Le miré a los ojos y le dije que no dijiera nada... que nada malo le iba a suceder. Felipe permanecía inmóvil, sentado observando silencioso todos mis movimientos. Lo primero fue lamerle una de sus mejillas y el cuello. Ahí pude sentir su aroma que penetró por mi cuerpo, recorriéndolo como un manantial inmensamente refrescante. Mis manos exploradoras, en tanto, pudieron sentir su calor en el instante que se aventuraron por debajo de la polera. Acariciaba sus tetillas, pequeñas y duras. 

Todos mis movimientos eran muy sutiles; luego recorrí todo su torso acariciándolo con mucha suavidad y dándole pequeños pellizcos haber si se liberaba de la notoria tensión de la que estaba siendo objeto. Después de lamerle todo el rostro, mis labios buscaron los suyos; mi beso no fue correspondido, tan solo abrió un poco su boca, por donde entró mi lengua juntándose con su saliva caliente y de un sabor exquisito. Felipe en tanto parecía estar petrificado. De pronto, decir nada, con un pequeño movimiento de mis brazos, el levanto los suyos; parecía que comenzaba a entender el lenguaje. 

Le quite la polera., me avalancé sobre él y le lami las tetillas; lo hacía con mucha fuerza como si esperara obtener algo de ellas. Mis manos ahora jugueteaban con su miembro. Mis dedos se introdujeron dentro de su pantalón con el propósito que quitárselos. 

Felipe me detuvo. 

Yo, que ya había dejado sus tetillas y me estimulaba ahora introduciendo mi lengua en el orificio interminable de su ombligo,... paré, lo miré y le pregunté que era lo que sucedía. Felipe me respondió que le daba mucha vergüenza y que prefería que lo hiciera yo primero. Le contesté, en el momento que me tumbaba de espalda en el pasto, que él mismo lo hiciera. Titubeó un instante y luego sin replicar comenzó a quitarme la polera. Siguió con el pantalón pero no pudo sacarlo hasta que hubo quitado ambas zapatillas. En un instante me encontraba únicamente con mis calzoncillos. Lo miré, al darme cuenta que no estaba muy decido, y le dí ánimo. Él comenzó a bajarlos quedando al descubierto, primero mi negro y rizado vello; luego mi verga, erecto hasta el tope, muy oscuro y con los típicos líquidos que escupe cuando la excitación es abundante; y por último mis grandes cocos, lacios y rodeados de mucho vello. A pesar de que Felipe no movió un solo músculo de la cara mientras estaba ocupado en esta tarea, yo creo que algo debe haber sentido; en todo caso lo disimuló muy bien. Le tomé su mano y la conduje hasta mi pene. Él lo toco con mucha suavidad y comenzó a masturbarme. Creó que podría haber eyaculado al insante pero la verdad es que quería prolongar aquel momento por siempre, así que tuve que contenerme. Mientras él me masturbaba comencé a bajarle su pantalón. No opuso ninguna resistencia, sino por el contrario, colaboraba de exelente manera, facilitando así mi labor. Le pedí que parara de masturbarme. Una vez quitado el pantalón pude ver sus pequeños calzoncillos; con diseño tipo leñador, y su bulto, ahora mucho más suelto. Me senté con las piernas abiertas; igualmente senté a Felipe sobre mí, pero en sentido contrario. Intruduje mis manos por sus lampiñas nalgas; eran de una increíble suavidad (casi de seda) y me soprendió lo heladas que estaban. 

Las froté con fuerza para calentarlas. Una vez concluída aquella misión, me vertí en la tarea de jugar y acariciar su ano. Él sonreía producto del eficaz masaje, pero se mantenía firme en la tarea de no dejar penetrar nada en aquella, aún, virgen cavidad. 

Desistí. Lo besé con gran brío y suscioné con mucha suavidad su lengua en repetidas ocasiones. En ese instante mis manos comenzaron a despojarlo de sus calzoncillos, lo voltié y lo arrojé de espalda al pasto dispuesto ejecutar una descomunal mamada. Al comenzar le lamí la planta del pie; era sabrosa y estaba impregnada de su exquisito aroma. Pude darme cuenta de que su excitación era tal que le inhibía por completo las cosquillas en los pies. Le succioné el dedo mayor (su sabor me enloquecía) y comencé a lamerlo, subiendo por sus también lampiñas piernas tan suaves y lisas como sus nalgas. Mil veces había soñado con lamer esas piernas. Cuando llegué a la entrepierna mi lengua se entretuvo un instante con sus diminutos coquitos. La labor estaba produciéndo las primeras reacciones por parte de Felipe que se empezaba a estremecer de excitacion. No pude aguantarme más, y mis labios instintivamente buscaron su bella verga. Su olor me produjo un pequeño escalofrío. 

Mi lengua rodeó todo su glande que estaba ardiendo y era mucho más rojo que el resto de su sabrosa verga. Como respuesta Felipe se contorsionó. Mis labios ahora se encargaban de acariciar y besar su glande. Vino la primera succión. Le escuché un débil gemido al instante que se contorsionaba aún más. De súbito introduje todo su rica verga dentro de mi boca y succioné mucho más fuerte que la vez anterior. Felipe estaba excitadísimo. Lo succionaba desde la base de la verga con gran fuerza. Las convulsiones producto de la mamada iban acompañadas de quejidos débiles que fueron luego subiendo de intensidad. Me detuve. Le dije que se mordiera los labios para no gritar. Retorné a mi misión; ahora Felipe comenzó a moverse instintivamente como si me estuviera penetrando el ano. Esto me puso a un millón revoluciones ya que sentí que ahora el asunto era mutuo. Empecé a succionarlo mucho mas fuerte ahora. 

Él sacaba grandes cantidades de pasto y las arrojaba con violencia. Decidí intentar algo más. Comencé a girarme, siempre chupando con fuerza, hasta quedar con las rodillas apolladas en el suelo, una a cada costado de Felipe. Mi verga estaba ahora al alcance de su mano. Al percatarse de ello lo apretó con fuerza y comenzó a masturbarlo. 

En eso estuvimos un rato hasta que de pronto inicie (siempre chupando) un suave descenso de mi tronco en busca de que su boca encontrara mi pene. Él dejó de masturbarme y comenzó a acariciar mis velludas nalgas. De pronto me tiró hacia abajo con fuerza y abrió su boca para dejar ingresar mi verga en ella. Comenzó a chupar con toda su fuerza. Yo me estremecía un poco producto de la sensación, pero Felipe parecia poseído por algún tipo de demonio; era un verdadero frenesí. La posición era bastante incómoda para mí, debido a la diferencia de estaturas, pero a esas alturas eso era lo de menos. Ahora los dos nos meneábamos introduciendo y sacando nuestras vergas como en verdadero coito. Eso me ponía calentísimo. Unos de mis dedos insistió nuevamente en tratar de penetrar su ano, pero este parecía estar sellado. No lo volví a intentar. La intensidad de las mamadas aumentó, en un minuto dado, al parecer porque ambos eyacularíamos. Así fue. Él lo hizo primero. Obviamente yo no iba a dejar escapar ni un solo milímetro de su semen. Lo sentí entrar en mí como un torrente de lava que me quemaba la garganta pero que tenía un sabor delicioso. Lo bebí todo, luego limpié los restos de semen de su verga con mi lengua , y... eyaculé. Al hacerlo noté una reaccion extraña por parte de Felipe ante lo cual me di vuelta y lo miré. 

Tenía la boca llena de mi semen. Había girado su cabeza para escupirlo pero lo detuve a tiempo y le pedí que no lo hiciera. Se contuvo. El semen se chorreaba por la comisura de sus labios. Él no aguantó mucho y lo botó todo. Comenzó así a escurrirse por su mentón y su cuello. 

De imprevisto lo besé y tragué mi propio esperma (el poco que aún quedaba en el interior de su boca). Luego mi lengua recorrió su mentón y su cuello en busca de lo que había escupido. Fue maravilloso. Cuando ya estuvo limpio lo volví a besar. Ahora me respondió con un fogoso e interminable beso. Luego nos abrazamos y nos revolcamos durante un momento sobre el pasto, desnudos, sólo él y yo, y acompañados únicamente por la luna, aquel testigo mudo de nuestra extraordinaria aventura; hasta que de pronto decidí que ya había sido suficiente y le pedí que nos vistiéramos. Felipe aceptó. En realidad la idea de penetrarlo y que él me penetrara me volvía loco pero sentí que ese no era el momento. Lo que habíamos hecho había sido de sueño y la verdad es que estaba seguro de que no sería la última vez. 

De ninguna manera quería apresurar las cosas ni menos forzarlas. La experiencia había sido magnífica; habría seguido allí toda la noche pero sabía bien que ya nos habíamos ausentado bastante rato y no quería despertar sospechas en los demás chicos. Nos vestimos y volvimos al campamento. Sólo unos pocos notaron nuestra ausencia. Una cacería de luciérnagas nos había quitado el tiempo, nos excusamos. Quizá nadie nos creyó, quien sabe, pero eso ni me preocupó. Más tarde y luego del sorteo de la guardia, nos fuimos a dormir. Al otro día, por la noche, fuimos elegidos, al azar (o por milagro) Felipe y yo para realizar la segunda guardia. Parece que alguien nos estaba dando una ayudita, pero eso... para otra historia.

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